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Roxana Valdivia, licenciada en Periodismo, fundadora y presidenta histórica de Patria, órgano de prensa libre en una Cuba esclava.

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lunes, 4 de abril de 2011

Yo estuve en un campo de concentración.


-Cortesía de Julio San Francisco Martínez
periodista y escritor cubano
reside en España


28-03-1968: 6to. llamado del Servicio Militar Obligatorio en Cuba

Yo estuve en un campo de concentración

En memoria de todos los reclutas cubanos que no sobrevivieron al 6to. llamado del Servicio Militar Obligatorio en Cuba

Por Julio San Francisco

Hoy, 28 de Marzo de 2011, se cumplen 43 años de aquel inexplicable amanecer. Tenía yo 17 años y me veía, entre otros muchos jóvenes, la mayoría conocidos, en el Parque Leoncio Vidal, del pueblito provinciano de Corralillo, en la antigua provincia de Las Villas, a las 4 ó 5 de la mañana, esperando a que dieran la orden militar (aún no sabía qué era una orden) de subir a los carros malditamente verdes. Ya era, de hecho, un soldado más de las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias. Ya era un recluta del macabro 6to. llamado del Servicio Militar Obligatorio (S.M.O.).

Si no recuerdo mal (43 años son algo) alguien, con un paco de papeles en las manos, empezó a pasar lista y, según nos iban nombrando íbamos subiendo a los carros militares que, poco después, partirían hacia un lugar que ninguno conocíamos, una unidad militar, por supuesto.

Alrededor de las 2 de la tarde llegamos al punto de destino. Allí, en medio de un campo de nombre desconocido u olvidado, desde una mal formación, empezaron a repetir el ritual de la lista para pasar por distintas mesas a recoger botas, medias, calzoncillos, camisetas, pantalones, camisas, gorra, hamaca y colcha.

Todas las voces eran varoniles y firmes, pero supe realmente lo que me esperaba cuando, después de notar que a mis botas rusas y rústicas les faltaban los cordones, me dirigí al militar de la mesa en que me las habían dado y le dije:

-Señor, a mis botas les faltan los cordones. Démelos por favor.
-Aquí no hay señores, sino compañeros y no se piden favores.- respondió el inolvidable militar y me dio los cordones.

Con toda la indumentaria nos llevaron a los barracas. Colgamos las hamacas, donde y como nos ordenaron. Nos cambiamos la ropa civil por la militar y la otra muda de este tipo, junto a la civil con la que habíamos salido de casa, la pusimos en el casillero.

Pasado un rato sonó una campaña que no era una campaña, sino un gran cartucho de un proyectil de 85 milímetros (u 84, da igual), escachado, hecho sonar a cabillazos. Esto quería decir que era la hora del almuerzo. Por segunda vez (la primera fue en la secundaria en el campo) me encontré con una bandeja, pero esta vez no de aluminio, sino plástica de un verde claro. ¡Vaya el verde en mi vida!

Terminado el almuerzo que había que hacerlo en un tiempo récord, aproximadamente 10 ó 15 minutos, sonó otra vez la campana que no era campaña y salíamos a una explanada donde nos esperaba un instructor. El importante hombre tenía la misión de enseñarnos qué eran un pelotón, una compañía, un batallón y cómo se formaba, así como marchar, dar media vuelta hacia la derecha, hacia la izquierda (¡Derecha, dre!, ¡Izquierdad, izquier!, ¡Mediaaa Vuelta!, ¡Firme! (las órdenes que arreglarían al mundo) y ¡Rompan… Fila!, la que siempre recuerdo con agrado.

Estábamos, en efecto, ya cumpliendo el Servicio Militar obligatorio de 3 años entonces en Cuba. Estábamos en la etapa de la llamada Preparación Combativa, la conocida popularmente, en específico entre los reclutas, como “La previa”. ¡Qué previa! Si esa era la previa…

Después de una tarde completa de movimientos desordenados y carreras tontas, llegó la hora del baño no sin haber oído a la una pm el programa Información Política donde siempre recuerdo que se maldecía al costarricense Figueres. Había que bañarse en 5 ó 6 minutos. Esto es lo único que me parece bueno, ya pasado el tiempo y en plena madurez, del Servicio Militar Obligatorio. Haber aprendido a bañarme en 5 minutos. Desde entonces y por razones de baño ninguna mujer ha tenido que esperar por mí.

Terminado el baño, guardia vieja: recoger los papelitos, las hojitas y cuanta minucia hubiera en el campamento hasta dejarlo como una sábana verde y pulcra y, a continuación, la comida, en el mismo tiempo y con el mismo ritual: formar la compañía frente al comedor, ir pasando de pelotón en pelotón hasta que, en hilera cada uno, entraran los tres de la compañía. Así, en hilera, recoger la bandeja y, en absoluto silencio, ir hacia la mesa. Al terminar, a veces se pedía “Permiso para levantarse”, a veces daban la orden de ¡Levantarse!, cuando concluía el tiempo, según quién estuviera al frente del asunto.

Muy temprano, cuando parecía absolutamente ilógico acostarse, sonaba la campana que no era campana. Había que dormir.

A las 4 de la madrugada volvía a sonar la campana que no era campana y, en calzoncillos verdes, medias verdes, camiseta verde y con botas negras, o sea, casi desnudos como los hijos de la mar, había que vestirse un lo que siempre me pareció fracciones de segundos y salir a la fría intemperie a realizar la preparación física que consistía en la también inolvidable Serie de 16 movimientos y, finalmente, correr dos kilómetros.

Todos esperábamos a que pasaran esos 45 días, esa incómoda Previa para disfrutar del primer pase a casa. Al fin pasaron y la explanada de los ejercicios se llenó de guaguas. ¡Qué alegría! Regresaríamos al calor del hogar, al fin, por unos días, 15 días de primer pase tras tanta heroicidad, pero no.

Subimos a los ómnibus y nos llevaron (no lo supimos sino durante el propio viaje) a Camagüey. Esto ocurrió, aproximadamente, a mediados de Mayo de 1968. Este día lo relaciono con lo más decepcionante y amargo de mi vida.
Tras un largo viaje, como dice la canción, llegamos a la provincia agramontina. Ahora empezaba lo realmente “heroico”: la Operación Mambí, zafra de la caña de azúcar que prepararía la Zafra del 70, la zafra de los 10 millones que nunca se produjeron.

Nos hacinaron en barracones, dormíamos sobre la hamaca, en el suelo. Si llovía, dormíamos mojados o nos pasábamos toda la noche de pie. Al amanecer, estábamos en el campo, sacando caña de los vagones siempre esperando para sembrar, bajo el agua, hasta el anochecer. Creo que casi al final, por octubre, empezamos a cortar caña, 120 arrobas diarias, con unas mochas de plomo. Fueron seis meses. Estuvimos en los campamentos de Manga Larga, en la 30 y la 31, entre barracones de haitianos que nos despertaban de madrugada peleándose a machetazos. También en Cayo Mosquito, llamado así porque los mosquitos eran, casi, del tamaño de avispas. En este lugar donde todo picaba más había un hospital militar.

Al final de la tarde, oíamos por el alta voz el programa Nocturno, sentados en grupos, según afinidades, sobre la yerba. Empecé a fumar.

Nunca olvido los viajes de mi padre, ya canoso, los fines de semana, de Corralillo a Camagüey, para llevarme una jaba de la poca comida que lograba reunir y, sobre todo, nunca olvido las despedidas de aquellas breves visitas durante las cuales hablábamos cuatro palabras (entre ellas siempre que “Estoy bien”) y, junto a él y uno o varios amigos y sus familiares, nos comíamos uno de los pudines que hacía mi madre y que tanto me gustaban y me siguen gustando 43 años después. Nunca olvido la pregunta que, diariamente, me hice durante 6 meses “¿Qué hago yo aquí? Estábamos en un campo de trabajo forzado.

Allí vi yo a un hombre volverse loco, otro se dio un machetazo en la rodilla para que le dieran la baja. Fue llevado ante un tribunal militar. Fue condenado por atentar contra sí mismo, contra la propiedad colectiva y, cuando cumplió la mediana condena, tuvo que reincorporarse al Servicio Militar. También supe de otro que, durante una guardia con AKM, se levantó la tapa de los sesos y de otro que, al recibir la noticia de que su madre había muerto y no haber sido autorizado a ir al entierro, descargó una ráfaga del mismo tipo de fusil contra el monstruoso capitán. Al amanecer le esperó el pelotón de fusilamiento. A mi querido amigo, que desde entonces no he vuelto a ver, ni he vuelto a saber de él, Pedro Hernández Basulto, el teniente brutal Correa le respondió que iría al campo aunque se quedara sin pies cuando mi amigo querido le dijo al brutal teniente que tenía gusanos entre los dedos, pero todo infierno en la tierra algún día termina y aquél, también terminó. No olviden, sin embargo, que después pueden venir otros.

Algunas personas a quienes he contado algunas de estas cosas y otras relacionadas, durante estos años, dicen que toda esta pesada historia sirvió para forjar mi carácter. Siempre les he respondido lo mismo: mi carácter me lo forjaron mi abuelo gallego Juan Ramón García Casas, mi madre Haydée García de los Santos, mi profesor Heriberto Manero, unos cuantos libros, entre ellos, El hombre mediocre, El joven de carácter, 20 mil leguas de viaje submarino, Kon-tiki, Moby Dick, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, y yo mismo.

3 comentarios:

  1. Es que cada cubano tiene una historia que contar, y siempre son dolorosas y tristes.
    En Cuba tendrá que haber justicia, si no, nunca tendremos patria.

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  2. Que bueno que Cuba Testigos divulgue un testimonio tan importante como este de Julio San Francisco. Gran testimonio como lo que somos, testigos de una Cuba destrozada hasta lo mas profundo. Tuve un amigo que por ser adventista era castigado muy a menudo en el Servicio Militar. Una vez lo pusieron junto al blanco de las balas de salvas de todo un peloton para que el ruido lo enloqueciera. Jamas se recupero de esa tragedia y quedo casi sordo. En un pais democratico y libre se habria hecho millonario por la demanda que le pondria al gobierno! Primero por ir obligado y segundo por perder su audicion casi totalmente. Quedo medio loco.
    Hector Caceres (A la autora de Cuba Testigos: no pude agregar mi nombre porque mi cuenta de Goggle no me reconocio, no se por que)

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  3. El problema es que ni el dinero le recuperará su mente y audición, eso se llama tortura y merecen estar todos en prisión, si es que no andan hasta por estos lares.

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Los artículos 18 a 21 recogen derechos de pensamiento, de conciencia, de religión y libertades políticas Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de Creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Hoy anduve lejos... muy cerca.

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...Me enviaron una foto de la casa de mi infancia, hoy en ruinas, es un testigo del derrumbe de la nación pedazo a pedazo.

Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, obra cumbre de Marti dentro del periodismo

  • Solo la opresión debe temer al ejercicio pleno de las libertades.
    El 14 de marzo de 1892 surge Patria


    Yo no creo que en aquello que a todos interesa, y es propiedad de todos, debe intentar prevalecer, ni en lo privado siquiera, la opinión de un solo hombre.
  • La tiranía es una misma en sus varias formas, aunque se vista en algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes.
  • La Fuerza tiene siempre sus cortesanos, aun en los hombres de ideas.
  • Hay hombres dispuestos naturalmente a ser ovejas, aunque se crean libérrimas águilas
  • Todo poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerlas. Las castas se entrebuscan, y se hombrean unas a otras.
  • A nada se va con la hipocrecía. Porque cerremos los ojos, no desaparece de nuestra vista lo que está delante de ella. Hay pocas cosas en el mundo que son tan odiadas como los hipócritas.
  • El hombre sincero tiene derecho al error.
  • Un principio justo, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército.
  • Todo hombre es la semilla de un déspota; no bien le cae un átomo de poder, ya le parece que tiene al lado el águila de Júpiter, y que es suya la totalidad de los orbes.
  • Los odiadores debieran ser declarados traidores a la república. El odio no construye.
    La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio.
  • Los grandes derechos no se compran con lágrimas, sino con sangre.
  • El hombre ama la libertad aunque no sepa que la ama, y anda empujado de ella y huyendo de donde no la halla.
  • La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie.
  • Sólo la opresión debe temer el ejercicio pleno de las libertades.
  • Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía.

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