BBC, Mundo
Un yate a la deriva
Fernando Ravsberg | 2012-02-16
¿Confiaría Ud. en un médico que le diagnostique un gravísimo cáncer y a renglón seguido le diga que además tiene acné, recetándole únicamente y con urgencia mascarillas faciales para eliminar esos desagradables granos en el rostro?
Esa es la sensación que despierta el artículo de Granma sobre la crisis del trasporte , donde se menciona una sola vez la falta de piezas de repuesto, dedicando el resto del texto a la limpieza del bus, los grafitis en las paredes y el volumen de la música ambiental.
Como siempre las críticas se las lleva el ciudadano de a pie, los que trabajan en la empresa de autobuses y los usuarios.
Ni una sola mención directa a los funcionarios que no garantizan los repuestos a tiempo, provocando una escasez artificial.
A nadie se le ocurriría cuestionar la prohibición de fumar en los buses pero ese no es el problema esencial y cuando uno lee el Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) espera que los temas sean tratados con una mayor profundidad.
Es verdad que los dirigentes del transporte se niegan a dar entrevistas, yo mismo llevo meses tratando de conversar con ellos y veo como me dan largas evitando un encuentro donde calculan que habrá preguntas difíciles de responder.
Pero esas negativas no justifican que los periodistas nos dediquemos a dar peroratas sobre el "acné" porque eso es justamente lo que persiguen los que intentan apartar a la prensa: evitar el escrutinio público de sus manejos y desaciertos.
Es nuestra responsabilidad seguir investigando de forma paralela, profundizar en un diagnostico que le permita al país descubrir el tipo de cáncer que padece y las razones que lo provocan, pasos imprescindibles para encontrar un tratamiento efectivo.
En lugar de eso, el Granma prefiere utilizar al cubano de a pie como chivo expiatorio, lo que parece una incoherencia en un medio de prensa que se proclama portavoz de una "revolución de los humildes, para lo humildes y por los humildes".
Escriben que el pueblo espera como un pichón que el Estado lo alimente pero no explican que el modelo de socialismo cubano no los dejaba volar. Denuncian a los taladores de árboles callando que no hay donde comprar una mísera tabla.
El país en pleno espera información sobre la corrupción en las telecomunicaciones, -estafas millonarias con tarjetas y con el cable telefónico submarino- pero los periodistas priorizan la historia de unos chicos que robaron un par de teléfonos públicos.
Acusan a los carretilleros del desabastecimiento pero no se atreven a mencionar la ineficiencia del ministerio de agricultura. Ahora dedican un artículo completo a los problemas del transporte sin osar investigar por qué están parados cientos de buses nuevos.
Tienen la tranquilidad de que la gente no les puede responder, silencian incluso a revolucionarios indignados. La periodista y profesora universitaria, Elaine Díaz, demuestra en su blog que la censura a las cartas de los lectores es lo que mejor funciona en el periódico.
Nadie en Cuba es tan ingenuo como para pedirle imparcialidad ideológica o neutralidad política a un periódico que se define como "órgano oficial" del partido de gobierno pero eso no lo exonera de cumplir con otras normas profesionales y éticas.
Uno esperaría encontrar en sus páginas reportajes serios y profundos, analíticos, con un tratamiento multifacético de los temas, abordados con honradez y con valentía para enfrentarse, al menos, a los que sabotean las políticas del PCC.
Se podría aspirar a que sigan las orientaciones de la máxima dirección de la organización que dicen representar, la cual ya les dijo que el periodismo que hacen no sirve y los convocó a pelear contra el manto de silencio que protege a la corrupción.
Sin embargo, difícilmente lograrán avanzar rogando a Raúl Castro que obligue a los funcionarios a dar información y usando la Conferencia del PCC como muro de las lamentaciones. Decía José Martí que "los grandes derechos no se compran con lágrimas".
En vez de seguir esperando la benevolencia de los funcionarios para obtener la información podrían acudir a la gente sencilla, a los trabajadores e incluso de los dirigentes conscientes que estén dispuestos a darla de forma oficiosa.
Pronto los estudiantes de periodismo escalarán el Turquino (1). Puede resultar divertido escenificar antiguas guerrillas pero si la nueva generación aspira a ocupar un lugar protagónico tendrá que ser capaz de librar sus propias batallas.
Y para semejante aventura no hace falta arriesgar la vida como lo hacen algunos colegas en otras latitudes, basta con estar dispuesto a perder el cargo y el trabajo en el intento de hacer un periodismo profesional, honorable, ético y valiente.
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