Paraíso Era un pueblo al sur de mi planeta en la trayectoria del Caribe...

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Roxana Valdivia, licenciada en Periodismo, fundadora y presidenta histórica de Patria, órgano de prensa libre en una Cuba esclava.

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jueves, 27 de marzo de 2014

El HOMBRE-PASAPORTE

Admitir frente a mí misma que estoy casada con un hombre al que no amo y que es el padre de mi hijo, que dependo de él en este país extranjero  hasta que pueda dejarlo y seguir sola, no es nada fácil. Una cosa era ser jinetera, coger los dólares que me pagaran y seguir al día siguiente  con otros y con la esperanza de encontrar quien me sacara de Cuba, y otra es tener que fingir amor y lealtad  a quien no soporto. 

La culpa fue siempre de mi madre que a los 15 años me puso en las manos el carné de identidad y me dijo “ Este es prácticamente tu pasaporte. Ya tienes edad de salir a jinetear y buscar quien te saque de este país, para después irme detrás de ti. La idea es embarazarte del primer turista tonto que se te ponga de por medio”
 
Podrían llamarnos puta, prostituta, golfa, ramera, cuero malo, cantimplora, cualquier nombre de estos y me imagino que un montón más que en Cuba no conocemos, pero ¿jinetera? Bueno, ese nombre no sé de donde lo sacaron, ni cuándo nos empezaron a llamar así. Nosotros nos consideramos “ luchadoras”.
 
Soy de La Habana, nacida y criada en Miramar, en la casona que mis abuelos adquirieron al principio de la Revolución, cuando los dueños se fueron a los Estados Unidos. Mis abuelos eran comunistas, incondicionales de Fidel, por eso les dieron esa propiedad cuando los Pérez-López salieron huyendo del castrismo en 1960.
 
Allí creció mi madre y luego yo. Recuerdo cuánto me gustaba jugar al “tacón” en el portal de la casa, con aquel piso de mosaicos blancos y negros. A los quince años, sin embargo, el futuro se presentaba ante mi como aquel piso, blanco y negro, sin matices, sin opciones.
 
Ya te dije. Acababa de cumplir mis quince años cuando mi madre me dijo:--- Prepárate que llegó la hora. No hay mejor carrera universitaria que ésta---y tiró el carné de identidad sobre la mesa del comedor.
 
Llevaba años, desde que yo tenía apenas doce, explicándome los pormenores del oficio y sentenciándome a vivir del sudor de mi sexo. Yo debía encontrar un hombre con porvenir y un hombre con “porvenir” no era Antonio, el chico del barrio del que me enamorara en el séptimo grado por aquellos ojos como almendras dulces, y que se esforzaba en seguir adelante con sus estudios, no; un hombre con porvenir era para mi madre aquel que me pudiera sacar del país y darme el futuro que ella nunca había tenido, porque a ella ya la había “mordido ese perro” cuando se casó con mi padre, graduado de Arquitectura en la Universidad de La Habana, quien nos dejó solas para irse a cumplir “misión internacionalista” a la Argentina y nunca regresó. Para llegar a ese hombre, para encontrar al tipo que me consiguiera el pasaporte de salida de Cuba, había que “jinetear” primero con todo el que se me pusiera delante, y aprenderse muy bien el oficio porque “ no estás muy bien dotada físicamente para competir en el Malecón ni en La Rampa”- me decía- A ti te hará falta mucha picardía, mucha maña, para agarrar al “hombre- pasaporte”. Ella me enseñaría como embarazarme del mejor candidato, así tuviera que acostarme con varios hombres al mismo tiempo por si acaso….
 

--¡No se te ocurra salir preñada de un infeliz del barrio, a menos que sea en los mismos días que te acuestes con el que te habrá de sacar de aquí!-- me dijo—entonces sí, porque si no te preña uno, te preña otro.
 
El candidato a sacarme del país y futuro padre de mi hijo nunca debería saber nada de mi pasado. Ni con quién me había acostado ni con cuántos. Mi vida de jinetera solamente me serviría para mantenernos todos, incluyendo la abuela, y para encontrar ¨al hombre-pasaporte¨ que me sacaría de Cuba. Por eso mi madre puso en la Internet mis datos, mi foto, mi nombre y un comercial que decía más o menos así: ¨ Busco al amor de mi vida¨.
 
Mamá tuvo siempre razón. Todas sus vecinas, amigas y conocidas tenían novios extranjeros. Cuando le preguntó a una de ellas cómo era posible, le dijo: ¡La Internet, estúpida!
 
En Cuba están prohibidas las conexiones de Internet a domicilio, privadas. Solamente hay puntos de acceso controlados por el gobierno. Una hora cuesta $6.00 y ningún ciudadano común puede asumir ese gasto, pero si tienes suerte en el trabajo se puede navegar todo el día. Los sitios que el Estado considera ¨contrarrevolucionarios¨ están bloqueados, pero si eres de confianza del gobierno puedes crear perfiles en Facebook y otras redes sociales. Nuestra vecina Janet, amiga de mi madre de toda la vida, le ayudó a poner mi perfil en la Internet, me llevaba y traía mensajes a cambio de dólares. Pero una vez que mis paseos nocturnos comenzaron a dejarme ganancias, pude pagarme mis propias horas de Internet en los puntos del Estado y ya no me hizo falta más la ayuda de la vecina.
 
---¨¿Quieres un bebe? Yo seré la madre perfecta de tu hijo¨---sería la idea central de mi futura relación y primera conversación ingenua y casual con el príncipe rana…
 
Mamá me acompañaba por las calles marginales y pobres de La Habana. Cada una debía llevar a casa al menos 30 o 35 dólares diarios. Como principiante no me llevó mi madre a las calles principales de la capital por donde transitan los turistas en sus carros rentados y repletos de ¨fulas¨. Nunca entendí por qué no me “ estrenó” como jinetera ya que siendo virgen podría haber conseguido al ¨hombre-pasaporte¨ más rápido, quizás. Pero no. Ella me llevó primero a ¨luchar¨ matando la jugada con ¨puntos¨ más fáciles, es decir, jugadores, ex-presidiarios, maridos insatisfechos, jóvenes borrachos, cualquiera que necesitara sexo y no pidiera mucha belleza. Esos rincones obscuros ayudarían a mantener una doble vida, una fingida decencia por el día y  la ¨lucha¨, la ¨guerra¨ por la noche. Una guerra sin otro cuartel que la orilla de cualquier cañada pestilente, un camastro chillón de hierros oxidados en un cuarto de la Habana Vieja o las ruinas de algún edificio en una avenida poco concurrida del lugar donde residía, un hueco donde tirarse y por 100 pesos o cinco dólares, “ sacársela”  al primer “ punto” que se presentara, diferentes hombres, extranjeros o no, algunos hasta podrían ser mis abuelos. Una guerra donde las únicas armas eran mi sexo y un condón.
 
El dinero del primer cliente era para pagar la Internet. Para eso debía ¨pasarle la cuenta¨ a cinco o seis clientes y reunir entre 30 y 35 dólares o pesos convertibles.
 
Hay mucha competencia con los turistas, mujeres que parecen estrellas de TV, bellas, con tremendos cuerpos, y expertas en dar placer porque llevan tiempo en la ¨lucha¨. Para mí no había mucho campo allí según mi madre, así que aunque fuera virgen no iba a poder ganarles y me podrían buscar problemas con la policía, ya que tienen sus socios en la poli que les ayudan a sacar del medio a quien no les convenga.  Lo mejor era ir viviendo ¨por lo bajito¨ mientras tanto, y seguir la búsqueda como ¨niña buena¨  en las áreas cercanas al aeropuerto, terminales de ómnibus y carros de turismo, o en las redes sociales del Internet.
 
La hora de ¨matar la jugada¨ era de noche, en los rincones marginales de La Habana Vieja, Bejucal, Marianao, Guanabacoa... donde quiera. Para buscar al ¨ salvador ¨ que me llevaría lejos de Cuba y me haría ¨mamá¨, el lugar era con un libro en la mano, bien vestida, con carita de ángel, la inocente buscadora del ¨amor de su vida¨, ya fuera en casa de las vecinas, en la calle, entre los mismos cubanos que vinieran de visita…. Después de las nueve o diez de la noche, de vuelta al callejón hasta que matara la jugada, dormir la mañana hasta recuperar fuerzas, y de nuevo al objetivo. Te juro que era un gran sacrificio.
 
La nacionalidad no importaba, hubiera dado lo mismo ruso, que ¨yuma¨ que chino, pero conocí a este cubano, feo como una noche obscura, cuarentón, que venía a visitar a su familia de vez en cuando y que estaba loco por tener un hijo. ¡Ni mandado a hacer! ¡Qué suerte la mía! Ya no me haría competir con las ¨bellas¨, ni seguir matando jugadas en los callejones, donde también había ido creciendo el grupo de mujeres sexo servidoras y la policía nos tenía ¨fichadas¨-.
 
Había comenzado mi oficio a los quince años y ahora tengo 34, soporté de todo, golpes, viejos asquerosos, borrachos, hasta violaciones; tuve la oportunidad de acostarme con algunos turistas también, y con el tiempo aprendí las tácticas de la mala vida, y aprendí a engatusar a los hombres. 
 
Comenzamos una relación cibernética a través de http://www.havana-guide.com. Un día recibí un mensaje de Carlos, un abogado de 49 años. Él era cubano y vivía aquí en Miami. Después de un año y medio de chatear en línea vino a verme por primera vez. Tuve suerte. Carlos es un buen hombre, había vivido veinte años con una mujer que no pudo darle un bebe y estaba desesperado. Sí, es un buen hombre pero no lo amo, no me gusta aunque esté acostumbrada a cerrar los ojos y fingir, claro. Mi problema era irme de Cuba y por supuesto, para ello, la condición era casarnos y tener hijos. Mi madre saltaba de dicha. ¡Al fin lo conseguimos! ¡Te lo dije!—gritaba eufórica.
 
El tipo estaba desesperado. Recuerdo que cuando vi la primera foto me quedé muda. Una cosa es jinetear y otra es fingir amor a alguien tan feo. Pero como me dijo siempre mi madre, el hombre-pasaporte era solo eso, un pasaporte y futuro padre de mi bebé. El avión que me llevaría al extranjero. Una vez allá, me podría divorciar o vivir de él, ¨eso depende de ti¨- dijo mi madre.
 
Como te expliqué antes, Él había vivido muchos años con una mujer que nunca pudo darle un hijo y decidió dejarla cuando me conoció. Había salido de Cuba años atrás como refugiado político. Pero ahora era bienvenido como un turista más, lleno de dólares y como un personaje en el barrio.
 
Bueno, mi amiga, para no hacerte el cuento muy largo, aquí me tienes, viviendo en ¨la yuma¨, con el niño que ya va a cumplir cuatro años y solamente esperando a que me compre la casa para divorciarme. No pensarás que me voy a quedar toda la vida casada con éste. Le puedo sacar más dinero divorciada, me quedo con la casa, el “alimony”  y con el ¨child support¨ ; después me ¨echo ¨el papi-chulo que me dé la gana.
 
Ya mi época de sacrificio se acabó, puedo ir a Cuba en cualquier momento. ¿Sabes cuántos cubanitos lindos hay esperando a que aparezca una ¨mujer-pasaporte¨? La diferencia es que yo soy ¨maestra en el oficio¨ y a mí sí que no me van a poder coger de comemierda.....

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Hoy anduve lejos... muy cerca.

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...Me enviaron una foto de la casa de mi infancia, hoy en ruinas, es un testigo del derrumbe de la nación pedazo a pedazo.

Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, obra cumbre de Marti dentro del periodismo

  • Solo la opresión debe temer al ejercicio pleno de las libertades.
    El 14 de marzo de 1892 surge Patria


    Yo no creo que en aquello que a todos interesa, y es propiedad de todos, debe intentar prevalecer, ni en lo privado siquiera, la opinión de un solo hombre.
  • La tiranía es una misma en sus varias formas, aunque se vista en algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes.
  • La Fuerza tiene siempre sus cortesanos, aun en los hombres de ideas.
  • Hay hombres dispuestos naturalmente a ser ovejas, aunque se crean libérrimas águilas
  • Todo poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerlas. Las castas se entrebuscan, y se hombrean unas a otras.
  • A nada se va con la hipocrecía. Porque cerremos los ojos, no desaparece de nuestra vista lo que está delante de ella. Hay pocas cosas en el mundo que son tan odiadas como los hipócritas.
  • El hombre sincero tiene derecho al error.
  • Un principio justo, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército.
  • Todo hombre es la semilla de un déspota; no bien le cae un átomo de poder, ya le parece que tiene al lado el águila de Júpiter, y que es suya la totalidad de los orbes.
  • Los odiadores debieran ser declarados traidores a la república. El odio no construye.
    La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio.
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