Glorieta central del parque Céspedes, en Trinidad, donde tiraron los cadaveres ametrallados |
“Pues Cuba es un país que produce canallas,
delincuentes, demagogos y cobardes en relación desproporcionada a su población”
Reinaldo
Arenas
“ Comunista”. Esa palabra. La
conozco desde niño, pero sigue siendo luctuosa, sombría. Siempre que la escucho
o la pronuncio es como si una bocanada de humo negro me asfixiara; para mi
mente es un color rojo sangre en una pañoleta, o una boina… son puntos negros volando,
zumbando, entrando y saliendo de una boca, de una nariz y de los oídos,
cadáveres tirados en un parque o la ceniza de un tabaco pestilente.
Algunos creen que el blanco no es un color, pero créeme, lo es. ¡Claro
que es un color!, sobre todo cuando quieres salirte de las filas, de los
grupos, de todo lo que represente un uniforme obligatorio. Es ahí cuando el
blanco demuestra ser un verdadero color, un perfecto color imparcial, limpio,
limpio de toda culpa. Yo siento remordimientos, ¿sabes?, porque nunca busqué a
mis padres.
El rojo es para mí sinónimo de un pequeño grupo de gente vestida de verde, pero no sé por qué se
disfrazan de verde. Las BDM, por ejemplo, eran menos hipócritas porque usaban
uniformes marrón, que es un color rojo obscuro, como la sangre sólida. Te
explico que las siglas BDM significan
Bund Deutscher Mädchen en alemán, y Liga de Jóvenes Alemanes, en español. ¿O
eran las Juventudes Hitlerianas las del uniforme marrón?. Bueno, para el caso
es lo mismo porque las BDM eran el preámbulo de lo segundo.
La primera vez que supe de esa palabra ¨rara y luctuosa¨ fue en mi casa
del Escambray, en un pequeño caserío cerca de las Llanadas de Gómez y el río
Caracusey. Recuerdo que me encontraba jugando cerca de la finca de la vieja Andrea,
donde todavía se veían bien claras, las manchas de coágulos de sangre en la
yerba y en las piedras. Unos tres meses antes, habían muerto muchos alzados y
milicianos en un combate que marcó trágicamente a todos los de la zona.
Tenía yo unos siete años y
prestaba atención al tabaco que fumaba aquel hombre en la salita de mi bohío.
Se le cayó un poco de ceniza en el suelo, y escupió aquella palabra,
¨comunista¨ . Es lo que más recuerdo de toda la charla amenazante contra mi
madre. Para mí todo lo demás fue ruido, escándalo y saliva de una boca que al
abrirse, mostraba todos los sucios y manchados dientes.
Mencionaba repetidamente dos nombres que
nunca olvidé: Osvaldo Ramírez y San Gil. Decía que mi madre les proveía
alimentos a los bandidos. Y las venas del cuello se le querían reventar cuando
nos amenazaba.
Apenas tuvimos tiempo para recoger tarecos: una cama de hierro vieja y
destartalada que a duras penas desarmamos entre mi madre y yo, tres taburetes,
dos calderitos de hierro, un jarro de aluminio donde mi madre acostumbraba a
poner el colador de café que era un aro de alambre con un cono de tela, y dos
cubos. Lo demás no cabría ni nos dejaron montarlo tampoco en la vieja carreta
de bueyes que nos llevaría lejos de mis lomas. Allí olvidé con el apuro y el
susto, el tren de madera que mi padre
había construido para mí con cabulla y palitos.
Eran cerca de las tres de la tarde
y lo que vi me provocó temblores y náuseas. En el suelo, al centro del parque,
habían tirado los cuerpos de muchos hombres, unos treinta. Estaban llenos de
balas y destrozados. Tenían la sangre seca en sus rostros. Eran Cheíto León y
sus hombres, a los que Fidel llamó bandidos.
Familias enteras fueron sacadas del Escambray y llevadas a vivir en carpas o pueblos
cautivos a diferentes lugares del país. Los hombres separados de las mujeres, y
éstas separadas de los niños.
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