Por José Luís Méndez La Fuente
Después de ejercer por catorce años la presidencia de Venezuela y haber amenazado con seguir gobernado hasta el año 2021, fecha que en una de sus últimas alocuciones corrió hasta el 2031, muchos venezolanos han vivido durante años con el “síndrome de Fidel” en sus cuerpos, es decir, con la sensación de que el régimen chavista-socialista pudiera perdurar por mucho tiempo, al igual que ocurre en Cuba desde hace más de medio siglo. Todo ello, producto de ese fuerte e incontrolable deseo de permanencia en el poder que corroe al hombre fuerte de la isla caribeña y que ha motivado a otros gobernantes de nuestro hemisferio a querer hacer lo mismo, incluso tratando de dejar una dinastía.
Síndrome aquel que no desaparece con la desaparición física del líder o su aparente debilitamiento por enfermedad, sobretodo, si su poder está consolidado y hay allegados a su alrededor que pueden fungir de sucesores y sostenedores del sistema.
Un ejemplo de dicho síndrome, lo vi en días pasado, reflejado en una señora de mediana edad que estaba pagando su compra en una tienda de abalorios. La señora mantenía con una de las dependientes, una animada charla de la cual se desprendía que era una antigua cliente del sitio. En uno de esos momentos de familiaridad que alentaban la conversación, escuché como la cajera le preguntó por su nieto Tomy, quien no la acompañaba como, al parecer, era usual. La señora le respondió amablemente, con la sinceridad que la sonrisa del recuerdo de alguien a quien se quiere mucho, hace aflorar espontáneamente: “lo llevé a su casa porque mi hija lo estaba esperando para llevarlo a la fiestecita de cumpleaños de un vecinito”; “primero estuvo conmigo toda la mañana; me acompañó al supermercado a buscar leche, pero no conseguí de la pasteurizada, ni de la de larga duración, ni en polvo, ni tampoco condensada”, “la situación está terrible”, añadió la señora después de una pausa, para luego continuar: “ le expliqué a mi nieto que eso era culpa de Maduro y que nunca fuera a votar por él; no vayas a votar por Maduro cuando crezcas, le dije ”.
Me quedé pensativo, mientras vagaban en mi cabeza algunas ideas sobre la leche y el desabastecimiento de alimentos básicos en la cesta alimentaria del venezolano, el poder de las “roscas” y el accionar de Maduro frente al problema. Por un rato, me imaginé a Tomy buscando leche en los anaqueles con su abuela y caí en cuenta de algo que seguramente la abuela de Tomy no hizo cuando le recomendaba a su nieto que no votara por Maduro; que sufría del “síndrome de Fidel”, y lo peor de todo, es que se lo estaba transmitiendo al menor inconscientemente.
No conozco a Tomy, nombre que debe ser un diminutivo anglosajonizado de Tomás, en lugar del de Tomasito, pero seguro estoy que se trata de un niño de unos 8 o 9 años, quizás 10 cuando mucho, a quien le faltan aún unos cuantos años para poder ejercer el voto. Tampoco sé, si Tomy, cuando cumpla la mayoría de edad, estará aun lidiando con el problema de la leche ¡espero que no!; pero lo que si es cierto es que su abuela cree que Maduro va a seguir estando ahí y que va a seguir siendo el candidato del régimen; y por supuesto, que aún va a seguir escaseando la leche.
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