“Imagina que no hay cielo
nada alrededor nuestro
..imagina que no hay países
nada por qué matar o morir
…imagina a toda la gente viviendo sus vidas en paz…”
John Lennon, “Imagine”
Sobre John Lennon, su estatua y otros colmos.
Mark David Chapman, el asesino de uno de los más sensibles artistas de la generación del 60, dijo que su fuente de inspiración para el “beatlecidio” fue un personaje de “El cazador oculto”, de Salinger: “Como Holden Cauldfield, estoy en una cruzada contra la hipocresía”, dijo antes de ser condenado de por vida.
Pero el último clavo del ataúd de los ‘60, no lo puso Chapman, sino una colosal estatua que hoy se sienta en un parque de La Habana , erigida sin el menor pudor por los mismos comisarios de la cultura que encarcelaban en sus días, a los coetáneos criollos de Lennon.
Y el tiro de gracia, el atentado póstumo a la memoria del ex Beatle, lo hicieron unos vengativos ladrones que al día siguiente de la inaguración del monumento, le robaron las gafas. Posteriormenre le diseñaron espejuelos fijos.
Hoy, los “hippies” serían bienvenidos en la misma calle donde los “pepillos” amantes del rock fueran expulsados de centros estudiantiles o de trabajo; o encerrados en calabozos y pateados por llevar melenas, pantalones desteñidos, tenis de lona y gafas “montadas al aire”, románticas fanaticadas cuyas diferencias geográficas con los seguidores de Lennon en el resto del mundo, las hacía desgraciadamente peligrosas.
La marginación a la que fueron sometidos los jóvenes cubanos por su “beatlemanía” fue ridículamente cruel, como lo es ahora esa estatua levantada en un tiempo de infinito cinismo.
Llevar un radio gigantesco VEF o Selena al hombro, escuchar “Don’t let me Down” o “Woman” lo mismo en el parque que en la casa, admirar a Los Beatles o cualquier otro grupo de rock, constituía un acto casi suicida para los jóvenes de aquella triste época.
Nunca antes la necrofilia y el rock anduvieron tan de la mano como ahora en Cuba, cuando todas las velas se prenden para homenajear al fabuloso chico de Liverpool y de paso, arrancar “divisa convertible” a los turistas. Qué oportuno y provechoso tributo, cuando ya Lennon no puede cobrar derechos de autor ¿o de actor?.
Desde la calle 17, entre 8 y 10, en la barriada habanera del Vedado, con pelo largo, pantalón vaquero, y las botas y las gafas de siempre, el músico británico señala diferencias entre un soñador y quien fabrica las pesadillas. No es un Lennon “tranquilo, sin demonios que contempla La Habana” como lo define su escultor José Villa Soberón. Es un Lennon que reza necrofílicamente, más allá de la muerte, “Power to the people”*.
*Poder para el pueblo, uno de los más grandes éxitos de Lennon.
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