Nunca me pude explicar,ni antes ni ahora,qué tienen de gracia las burlas a costa de los menos afortunados física o mentalmente. Considero que es un cruel y mísero hábito que destruye a seres humanos y los hunde a veces para siempre.
Jorgito fue siempre el pobre infeliz del rostro chico y pálido al que todos llamaban ¨carekilo¨. Ya en el segundo grado de la primaria solía escaparse de la clase y esconderse todo el día y parte de la noche. Caminaba encorvado, con los largos brazos colgando. Además de la miniatura que era su cabeza, sus labios eran de un rosado tenue y su pelo lacio y amarillo claro, como pluma de pollito.
No lo dejaban vivir, ni siquiera respetaban su silencio y timidez en un rincón del aula. Allí le buscaban los ¨vivos¨de la clase para colgarle ¨rabos¨en la espalda y jugarle todo tipo de bromas crueles.
- ¡Qué coño me miras, cara'e'kilo!- Una pedrada en la frente, un pescozón o una blasfemia era todo lo que Jorgito recibía de vuelta al más simple y amable saludo. Sólo su hermana Mayra limpiaba heridas y lavaba su breve rostro cuando alguno le escupía; sólo la bella y perfecta Mayra le defendía de la burla y el desprecio. ¨Cosas de muchachos¨, decían los adultos indiferentes y se alejaban sin prestar mucha atención.
Me recuerdo ayudándole a bajar de un árbol de ciruelas. No se había subido allí buscando la dulce semilla cubierta de pulpa, sino para escapar de un perro que José Antonio, su más fiel abusador, había enfurecido contra él.
- ¡Me lo chujó!¡No puedo bajarme!- gritaba el niño feo temblando de pánico, mientras su frente sudaba y la boca rosada y chiquita se le mojaba de lágrimas y baba.
Jorgito era muy trabajador. Se iba temprano con su padre a cultivar la tierra y hasta le parecía grande y musical el sonido del agua del regadío sobre los naranjales. Su mayor sueño era ser carpintero, maestro ebanista, para diseñar él mismo los muebles del hogar donde viviría sus hijos y esposa.
Mayra, la bella hermana de Jorge, le guardaba mangos para la merienda; pedía permiso a la maestra para sentarse en el fondo del aula y esperar a la hora del receso. Así cuidaba a su hermano gemelo. Ella estaba en el nivel que le correspondía por su edad. Jorgito no. Jorgito había repetido grados muchas veces en la primaria. A la secundaria no fue nunca.
Poco después de los doce años su trabajo fue sudar en la carpintería del pueblo, seguro de que llegaría a ser un genio en el uso de la madera. Sus sueños nunca se detenían, hablaba con entusiasmo gesticulando con los largos brazos y la voz alta y chillona; ropa sucia, nombretes, pedradas y desprecios, sin embargo, le empujaban cada día a un escondite bajo cajones y trozos de palo al fondo de la fábrica.
Sus padres eran muy ignorantes y no creo que supieran lo que le pasaba a Carekilo. Al menos sólo recuerdo a su hermana que con el tiempo, ya no estuvo cerca para consolarlo. Se fue a la escuela al campo y luego al extranjero. Pero Jorge no. Jorge se resignó al esfuerzo diario, y a su almuerzo en el hueco de cartones y palos, con la esperanza de ser ebanista.
Entonces cada día tomaba ron y se iba a su hueco con la botella en la mano. Allí se quedó dormido un mala tarde y fue una gata callejera la que destapó el amasijo de huesos y pelo rubio bajo los troncos en el basurero de la carpintería...pero a él no lo aplastó la madera, no realmente. Carekilo se desvaneció bajo el peso de su rostro imperfecto, el ron y la burla.
Si alguien le recuerda sólo piensa en el borracho Carekilo que encontraron muerto debajo de la basura. Yo lo veo niño, mirando el agua de los regadíos y subido al árbol de ciruela, escapando del perro furioso de José Antonio...
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