- Donde se escondan o levanten trono, los que
venden el alma al diablo están cubiertos de un manto que los hace invisibles
como el de Harry Potter. Nadie ve. Son ignorados, son tolerados,
¡inmoralmente tolerados hasta tanto convenga a un universo insensible e
hipócrita! Este mundo que se jacta de su civilización y que mira al fascismo
como algo del pasado, no ofrece redención ni esperanza para victimas de
salvajes regímenes políticos actuales.
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Supliquemos por
Corea del Norte a modo de cruel ejemplo, ese impenetrable agujero donde el
dictador es monstruo y Dios al mismo tiempo. Corea del Norte se
ha convertido en uno de los estados más peligrosos con sus ambiciones
nucleares, en medio de una población enajenada y esclava. ¿Qué ha decidido
la ONU en relación a los campos de exterminio masivos en este país
asiático?. La existencia de tal modelo infernal debería al menos ruborizar a
la ONU. Y por supuesto, denunciar que al mismo tiempo ¡es una amenaza enorme
para el planeta!
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“Respetables” políticos, militares y
humanistas de la tierra abandonan a su suerte además a los que habitan bajo
el oscurantismo religioso en países islámicos. En Asia y Africa la mujer
está sujeta a prácticas brutales como la lapidación; son enterradas vivas
hasta la cintura y luego apedreadas hasta
morir. La
ablación o mutilación de los genitales femeninos, por otro lado, es una
práctica horrenda que han sufrido la mayoría de las mujeres africanas,
aunque algunas viven en Asia y en el Oriente Medio. Además, cada vez se
encuentran más casos en Europa, Australia, Canadá y hasta en Estados Unidos,
principalmente entre inmigrantes de aquellos países. Según informes de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), el número de niñas y mujeres que
han sufrido mutilación genital se estima entre 100 y 140 millones. Se
calcula que cada año, dos millones más de niñas se encuentran en riesgo de
ser sometidas a mutilación genital.
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Volviendo un
poco atrás en la historia, los armenios fueron los primeros en sufrir en el
siglo XX el experimento de matanzas organizadas. El holocausto de 1915 fue
más o menos el fin de varias masacres antiarmenias que se habían producido a
fines del siglo XIX y principios del XX. Esos hechos luctuosos estuvieron
marcados por la indiferencia mundial. El Estado turco se ha negado hasta
ahora a reconocer el genocidio. Aducen que se trata de una “razón de Estado”
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Sólo después del
segundo Holocausto durante la II Guerra Mundial, el de los judíos y los
gitanos europeos, la causa armenia resurgió. Tras largos cabildeos en las
Naciones Unidas, el argumento tuvo alguna respuesta de la comunidad
internacional que, finalmente, condenó a Turquía en diversos foros como
Estado criminal.
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También durante la Segunda Guerra Mundial los
japoneses segaron la vida de diez millones de chinos en una orgía racista
indescriptible. En el siglo XX ocurrieron además otras matanzas tremendas:
los bombardeos a poblaciones civiles durante la Guerra Civil Española, los
crímenes del Pol Pot, en Camboya, que costaron un millón de víctimas; los
musulmanes y croatas masacrados por los serbios en la Bosnia-Herzegovina.
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En la culta y moderna Europa actual, la
discriminación contra las minorías árabes y gitanas está trayendo en
Alemania, Francia, Italia y Austria, el recuerdo de la tragedia antisemita
en las primeras décadas del siglo anterior.
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No se trata de una remembranza histórica
morbosa. Los políticos del mundo se hacen los distraídos, observan las
ventajas y desventajas. Y se mantienen indiferentes como cobardes. Por
ejemplo, los gobiernos de Irán e Irak se desentendieron de la cuestión
dejando que la “limpieza” étnica contra los kurdos la realizara Turquía.
Sólo Francia denunció realmente el asesinato de poblaciones civiles kurdas
mientras la ONU -en total anomia- miraba sin definirse ante los dramas de
Bosnia, de los kurdos y de Chechenia.
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El historiador
Arnold Toynbee señaló que el silencio ante los genocidios no tiene disculpa.
Cuando Toynbee escribió aquellas palabras todavía no se había conocido el
horror hitlerista y estalinista.
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La
afortunadamente desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
levantó un trono sangriento. El exterminio masivo con fines políticos
avergonzó la faz de la tierra, porque la peor de las culpas es bajar la
mirada y permanecer impertérrito, impasible. Gozó de impunidad por casi un
siglo y se derrumbó por su propio peso. El bloque socialista no sólo fue
tolerado y apañado, sino que ocupó posiciones políticas internacionales como
gobierno moral y legítimo. Nadie intercedió por los masacrados sino que
estrecharon las manos de sus verdugos y ocuparon cómodos sillones junto a
ellos en Naciones Unidas.
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Desde principios
de los años sesenta, Cuba habita sobre un charco de sangre. Cientos de miles
de adolescentes de 13, 16 o 18 años fueron condenados a muerte por razones
políticas o revanchas personales. Muchos jóvenes católicos o estudiantes
universitarios junto a hombres del pueblo, guajiros o simples trabajadores
que no se sumaron a la mansedumbre enardecidamente manipulada, terminaron en
tenebrosas prisiones como La Cabaña. Ellos hacían su lucha callejera, como
la emprenden hoy los estudiantes venezolanos contra el régimen de Maduro y antes, contra Chávez.
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Muchos de ellos no murieron, sino que
cumplieron décadas de presidio. Pero no salieron de las galeras de la
muerte, ni de la pesadilla salvaje a la que fueron sometidos cuando se les
extraía la sangre hasta dejarles casi sin sentido en el piso. Les obligaban
entonces a arrastrarse hasta el palo del patio para los fusilamientos.
Después de taparles la cabeza, los asesinos de Fidel Castro gritaban:
¡Preparen, apunten, fuego!... pero no morían pues eran balas de salva.
Mientras reían a carcajadas, los criminales les levantaban del suelo y les
recordaban: “Nos equivocamos. Tu fusilamiento no es hoy, sino mañana”.
Muchos familiares de los condenados a muerte eran impelidos a conseguir las
llamadas “pintas de sangre” por el Gobierno de La Habana. Les explicaban que
sus hijos necesitaban transfusiones con urgencia, y sin dar detalles,
exigían que mandaran a buscar la sangre a Estados Unidos.
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Si el mundo
quisiera testigos de estos crímenes y otras bárbaras torturas del ilegítimo
Gobierno dictatorial de La Habana, solamente tendría que buscarles. Hacerlo
sería un acto de defensa de la vida contra el crimen y sus ejecutores, para
los cuales no habrá olvido, ni punto final, ni obediencia debida, ni
indultos. Pero la peor de las amnesias es la moral. Pueblo que no recuerde,
que no tenga memoria de tales crímenes, tarde o temprano pagará su
indiferencia con el regreso de la barbarie.
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Los crímenes del
gobierno totalitario de Fidel Castro perduran y se perpetran día a día.
Más de medio siglo de impunidad. Como antes lo hiciera la URSS, hoy los verdugos de
La Habana son aplaudidos y apoyados en Naciones Unidas. ¿Saben ustedes si
el Relator Especial de la ONU pudo al fin visitar las cárceles-sepulcros de
la isla, donde se despedaza el alma nacional y se evaporan los mejores hijos
de la Patria?
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Si en nuestros
días apareciera un nuevo Führer, no llevaría puesto uniforme militar ni
mucho menos una swástica. Antes bien usaría un fino traje sastre o un
glorioso atuendo militar con boina roja; un uniforme verde olivo o un traje
Addidas; o tal vez un atuendo más sencillo y popular. Llamaría la atención
de las masas a las virtudes y valores patrióticos de la Guerra de
Independencia, la igualdad, la filantropía, el bienestar social, la defensa
de los humildes, un cambio de constitución y un proyecto que le permita la
entrada nefasta hacia otras naciones, le llamaría por ejemplo,
“Confederación de Republicas Latinoamericanas (en el sentido semántico
neofascista, la traducción sería CONFABULACIÓN de Repúblicas).
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Nada de discursos
triunfalistas, antisemitas, homofóbicos, nada de justificar la eliminación
de enfermos o débiles en crematorios, nada de revanchas políticas o
religiosas, no campos de concentración de exterminio o paredones de
fusilamientos. ¡Claro que no! El discurso ha cambiado. Pero la swástica es
la misma...
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